La proximidad al agua, ha sido históricamente un factor clave en la fundación de ciudades. Los asentamientos establecidos en la proximidad de los bordes fluviales surgen, bien debido a la necesidad de construir un puerto para el embarque de recursos a través de estas vías fluviales, por el control de un puente que lo cruza, así como el beneficio en la defensa militar que supone el propio cauce del río.
Los usos del río en la ciudad, han sido diversos y han evolucionado a lo largo de la historia. En los orígenes, el río, era utilizado para el
abastecimiento de agua, para el riego de huertas y jardines, así como para agua de boca a través de fuentes y pozos. La navegación, es otro de los usos primigenios más importantes; transcendente para el transporte de mercancías y su comercialización a través de redes continentales, cuando la ingeniería civil de calzadas terrestres aún no estaba ampliamente desarrollada.

Hasta la revolución industrial, muchas ciudades mantienen los entornos fluviales como lugares de gran actividad social y económica; son las puertas de la ciudad-puente y lugares de intercambio. Con la llegada de la industria del carbón y del ferrocarril, las ciudades reorientan su mirada –y sus trazados– hacia sus caminos de hierro, promoviendo nuevas industrias y extensiones residenciales.

El río ha sido soporte de actividades cotidianas y domésticas. En etapas posteriores, esta ocupación lúdica se alimentará de la literatura y del imaginario romántico; sustituido en el periodo contemporáneo por el deseo de retorno a la naturaleza.

La relación ciudad-río, tiene periodos de acercamiento y distanciamiento. Los principales factores de esta oscilación son, en mayor medida, primigenios. La ciudad, surge próxima a cursos de agua por pura necesidad. Pero el río, es un ente dinámico, fluctuante, que con cierta regularidad, aumenta significativamente su caudal, provocando crecidas que en muchas ocasiones producen inundaciones en la ciudad.

Por tanto, la distancia entre el río y la ciudad, se convierten en un factor fundamental desde el mismo origen de ésta. El límite entre ambos, se transforma constantemente en juego de aproximación-distanciamiento. Los factores concretos que provocan que estos entornos urbanos y fluviales sean más o menos relevantes para el conjunto de la ciudad, vienen definidos por la representatividad social del espacio, la economía desarrollada a su través –industria y comercio–, la regularidad del cauce y la propia salubridad del entorno.

Las ciudades se asientan habitualmente sobre una de sus orillas, acercándose al límite del agua, según el tipo de río y su régimen. De igual manera, la ubicación original puede tener lugar en una isla (o soto) del río, en un meandro o entre dos ríos o ramales del mismo, así como, en una confluencia. En ocasiones, junto a un cauce menor, que desemboca en un cauce mayor. El mayor, permite la navegación y obtención de energía motriz y el menor, para el abastecimiento de agua y una mejor protección ante crecidas del caudal. Estas ciudades suelen mostrar la orilla opuesta como un vasto terreno rústico, a veces acompañado de ciertas industrias que se benefician de la proximidad del agua. La existencia de actividades en las dos orillas es más frecuente en ciudades del centro y norte de Europa.

El río, como trazado claramente direccional, condiciona la trama urbana próxima al cauce y el sistema de espacios libres. Los trazados paralelos al cauce ofrecen relaciones de continuidad y los perpendiculares, de proximidad.

El río urbano como paisaje tiene múltiples significados. De un lado, supone una reivindicación de su espacio natural; del otro, significa la búsqueda de los valores que configuran la relación ciudad-río, así como la definición de una imagen que represente los significados de dicha relación.

La recuperación de estos espacios para la ciudad y el área metropolitana, supone la búsqueda de elementos de identidad de la ciudad y el río que permitan configurar una noción de paisaje fluvial.

En cuanto a la proporcionalidad o equilibrio en las relaciones ciudad-río, surge la cuestión de cuál pueda ser el elemento articulador. Frente a la idea de mantener los espacios colindantes como vasto espacio libre, cabe plantearse si un río puede ser configurador de ciudades, sobreponiéndose a la rigidez ingenieril y arquitectónica urbanas o simplemente “deben coexistir amistosamente cada uno en su territorio” (Solà-Morales i Rubió 1999). En este contexto, se requiere una manera de mirar la ciudad “interesada por el urbanismo en cuanto constructor de ciudades [que] atiende a la ciudad hecha a trozos, a golpes, en el convencimiento de que la cantidad, la pluralidad de acciones, impulsadas en su proyecto por ideas generales de la ciudad, puede mejorar y ampliar los ámbitos de civismo en nuestras ciudades” (Gómez Ordóñez 2007).

Fernando Osuna Pérez, es arquitecto doctorado en urbanismo y ordenación del territorio por la Universidad de Granada, donde investiga y enseña urbanismo a los estudiantes de arquitectura. Sus investigaciones se centran en el estudio de los espacios de relación entre ríos y ciudades. Ha recibido el premio a la mejor tesis doctoral de Andalucía en temas de ciudad, arquitectura y ciencias de la construcción por el IUACC y la Universidad de Sevilla. A su vez, ha participado en la gestión municipal, la redacción de planeamiento y en concursos de arquitectura y urbanismo premiados en diversas ocasiones.

AS

Conferenciante: Fernando Osuna Pérez

Presenta la actividad: Juan Raya

Fecha: Lunes, 2 de febrero, a las 19:00

Lugar: Biblioteca de Andalucía

Organiza: Ateneo de Granada